jueves, 17 de junio de 2010

Afganistán y la guerra del litio





Despliegue militar en la provincia afgana de Ghazni, una de las más ricas en litio, según publica The New York Times (U.S. Air Force)


17.06.2010 · * Juan José Téllez


A lo largo de la historia, reciente o pretérita, numerosos países han ocupado Afganistán con la intención de valerse de su posición estratégica para acercar el mar a sus intereses económicos, como fue el caso de la Unión Soviética, o para acercar la venganza efímera más que la justicia duradera a las montañas de Tora Bora donde supuestamente se ocultaba Bin Laden, tal y como llevó a cabo Estados Unidos tras los atentados del 11 de Septiembre y con el beneplácito hipócrita de la comunidad internacional.

Tras nueve años de guerra, se desconoce si Georges W. Bush pudo consumar tal vendetta pero el país asiático es algo más que un O.K. Corral tiroreado por propios y extraños, con cifras de infarto en el número de desplazados y en las cifras de muertos. Los talibán siguen imponiendo su ley y tampoco parece que el gobierno títere de Kabul esté en condiciones de garantizar algunos de los supuestos propósitos de la guerra como era la defensa de los derechos de las mujeres.

Justo cuando se multiplican las voces que reclaman una salida razonable del país, acaba de trascender que bajo el maltratado suelo afgano se esconden depósitos minerales aún por explotar por valor superior a un billón de dólares. Se habla de cobre, de hierro, oro, mercurio, potasio y lo que aparece en los informes oficiales como fuentes de litio y de berilio.

Este último es el único metal totalmente transparente a la radiación de rayos X. En combinación con el plomo, que es el único totalmente impermeable, se pueden construir los aparatos de radiación de rayos X de forma controlada. El litio, se emplea en aleaciones conductoras del calor, en baterías eléctricas para la recarga de cámaras digitales o teléfonos celulares por ejemplo, pero sus sales pueden incorporarse a compuestos farmacológicos para el tratamiento de ciertos tipos de depresión. Entre los compuestos importantes del litio –que cotiza en el mercado a 43,33 dólares por kilo– están el hidróxido, utilizado para eliminar el dióxido de carbono en los sistemas de ventilación de naves espaciales y submarinos, y el hidruro, utilizado por ejemplo para inflar salvavidas. Las baterías destinadas a vehículos eléctricos incorporan sulfuro de litio-hierro, por lo que su demanda puede aumentar a medida que crezca dicho mercado. Los marcapasos, por otra parte, utilizan baterías de litio-yodo.

Dicho sea de otro modo, que aquí hay negocio. Y cabe preguntarse desde cuándo Estados Unidos ha sido capaz de desprenderse de un botín. Está por ver si el litio justificará que la guerra se perpetúe, porque está por ver si con los tomahawks desenterrados alguna empresa minera estadounidense va a sentirse interesada por la explotación de tales yacimientos: “A una empresa importante no le gustaría decir a sus accionistas que quisieran invertir allí”, ha llegado a afirmar al respecto Anthony Young, del banco de inversión Dahlman Rose & Co, en Nueva York.

De momento, el ministro de Industria de Afganistán va a iniciar una gira para captar inversores, aunque parece ser que sus miras estriban inicialmente en empresas de la cercana Ruisa o de China, uno de cuyos consorcios ya recibió un importante contrato en 2007 para explotar cobre en un yacimiento en la región de Aynak, al sur de Kabul.

Por si fuera poco, la región se ha visto sacudida en los últimos días por un nuevo foco de conflicto, el que afecta al sur de Kirguistán, colindante con Uzbekistán y muy próximo a Afganistán. Se trata de una espiral de violencia étnica que se desata en vísperas de un referendum convocado por el gobierno interino para el 27 de junio y que afecta a poblaciones tanto kirguisas como uzbekas y que ha derivado en un formidable baño de sangre que arroja más de 130 muertos, mientras que los heridos se cuentan con miles y los desplazados uzbekos superan la cota de 70.000 personas, en su mayoría mujeres, niños y ancianos.

También en esa encrucijada se encuentra presente Estados Unidos, puesto que no en balde arrienda la base militar de Manás, en Kirguistán, como centro de operaciones sobre territorio afghano. Un polvorín en toda regla, que desbroza en su último libro el reportero Ramón Lobo, enviado especial de El País a los principales conflictos del mundo y que acaba de reunir bajo el sello RBA la serie de artículos que fue publicando en dicho rotativo con el título de “Cuadernos de Kabul”.

Desde hace meses, Lobo, que viajó con frecuencia a dicho país empotrado entre otros corresponsales de guerra con el Ejército de los Estados Unidos –ya que de no ser así difícilmente podría llegar a determinados lugares de la región un periodista occidental–, se aproxima a los grandes silenciados de esta matanza: la población civil.

“Se trata de un amplio recorrido por una geografía humana de Afganistán que no suele salir en los medios de comunicación –explica–. Salvo Ramazan Bashardost, el candidato hazara que quedó tercero en los comicios y que me pareció un tipo normal que decía cosas muy inteligentes, en estos Cuadernos no hay políticos ni militares; tampoco señores de la guerra y narcotraficantes. He preferido dar voz a los protagonistas, a las víctimas, a los civiles que tratan de sobrevivir en medio de la pobreza, la injusticia y la guerra”.

Bloguero bajo la etiqueta de “En la boca del Lobo”, lleva varios meses reclamando una salida ordenada de la guerra, antes de que Afganistán no sólo vietnamice a Estados Unidos sino a sus aliados en dicha misión gestionada por la OTAN, entre quienes se cuenta España. No se trata de una misión de paz, por más que cuente con las bendiciones de Naciones Unidas, sino de un contingente de guerra para enfrentarse a un enemigo tenaz e irreductible, el del yihadismo más encendrado.

Más allá de las hazañas bélicas, el periodista prefiere detenerse en los pequeños héroes de la vida cotidiana, quienes sobreviven –o, al menos, lo intentan– en un lugar “con mucho polvo, mucho tráfico y gente que trata de sobrevivir y organizarse su vida dentro de un conflicto”. Se trata de un libro y de unos artículos rico en sabores, en olores y en colores, en temperatura humana, en atmósfera colectiva: “No hemos sido capaces de cambiar nada de las estructuras de Afganistán donde la tradición sigue siendo más importante que la ley, donde las mujeres siguen estando tan mal ahora como estaban con los talibanes”, afirma Ramón Lobo que ha denunciado tanto la impericia de los representantes políticos como la de los periodistas a la hora de enfrentarse a un confín mundial sin más ayuda que la Wikipedia.

A lo largo de sus experiencias en Afganistán, Ramón Lobo nos da a conocer mujeres como Palwasa, de veinte años, defensa central de un equipo de fútbol que nunca ha visto la película “Quiero ser como Beckham” pero que salta al campo porque, al menos allí, puede jugar sin burka, al aire libre. O nos refiere la peripecia personal de Roohulá, que quiere viajar a Canadá y estudiar empresariales. O la de Zabur, que cuando mira al cielo “no ve dioses ni princesas ni dragones ni sueños, sólo ve un vacío preñado de nubes y vientos en los que un buen volador de cometas sabrá jugar con la altitud y los cambios de dirección exactos para cortar las de los demás”.

De su mano, viajamos al célebre triángulo que media entre Afganistán, Pakistán y Cachemira, tan presente en los medios de comunicación: “La imagen que proyecta tanta información es la de unos territorios habitados por gentes que dedican una parte considerable de su tiempo a hacerse la guerra en nombre de dios o del diablo”, afirma Lobo, quien desvela otras realidades más allá del tópico y de los titulares de prensa.

A través de su ojo público, sabemos que a los talibanes no les gusta la música y que cada guerra cuenta con un oasis amurallado que en Afganistán se llama hotel Serena, donde el frente de guerra huele a cinco estrellas. En sus reportajes, sorprendemos a los vendedores callejeros, a los mercaderes de zumos de fruta, a mendigos infantiles como recién salidos de una novela de Charles Dickens que piden limosna en Chicken Street, o a un niño herrero en el mercado de los pájaros o a un tipo que se gana la vida, bajo tanta barbarie, haciendo fotos de carné.

O, por ejemplo, Amin Jon, que tiene 30 años y es banquero a su manera: “Lo suyo no son las grandes operaciones bursátiles ni financiar OPAS hostiles”, nos explica Ramón Lobo cuando lo describe en el toma y daca del mercado negro.

Claro que más allá de la muerte armada, la vida cotidiana gana la partida. Los habitantes de Kabul también temen a la gripe A, o se enfrentan a un tráfico urbano temible o hay gente que siembra patatas e intenta venderlas. Dentro de un conflicto rico en etnias y en confesiones religiosas, hay algunos y algunas más silenciados que los restantes: es el caso de la minoría hazara y de Ramazan Bashardost, que tiene 45 años, es el tercer líder en discordia dentro de dicho país y que guarda un cierto parecido político con Barack Obama.

Siguiendo a Lobo, nos acercamos a las barberías de Kabul, bolsa cotidiana de los dimes o diretes. O conocemos a Malalai Joya, una mujer joven, casa, sin hijos, diputada sin escaño y amenaza de muerte. De hecho, la quieren asesinar por defender los derechos de la mujer afgana durante una guerra que parece que se hizo precisamente para eso. Al menos, eso cuentan los argumentarios oficiales.

En la capital, hay bares bajo amenazas de bombas y restaurantes que cualquier inspección de Sanidad cerraría en España: “La capital de un país acostumbrado a las guerras es una ciudad sucia y caótica tomada por el tráfico y los bocinazos. Se nota que no existe la costumbre de seguir las normas”.

El zoológico de Kabul es tan pobre como el país que lo acoge, pero allí hay un niño que quería volar. Toda una metáfora. Lamentablemente, es muy posible que el peso del litio cargue sus alas. Su memoria le lleva muy atrás: “Aquí, siempre hemos perdido las guerras. Sólo la ganó Alejandro Magno pero, para ello, tuvo que cometer un genocidio”.

* Juan José Téllez es periodista, guionista y escritor. Ha trabajado en Cadena Ser, Efe, ha dirigido el periódico Europa Sur. En la actualidad dirige en Canal Sur Radio “Bienvenidos”, dedicado a informar y concienciar sobre la convivencia e integración del colectivo de inmigrantes en Andalucía. Además, escribe poesía, narrativa, ensayo y sobre flamenco y música étnica. Colabora en tertulias de varios medios de comunicación.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | cheap international calls